Isabel Acuña continúa compartiendo con sus fans fragmentos de su nueva novela "En un beso la vida", misma que contará la historia de Jorge Robles, el hermano del protagonista de "Entre el valle y las sombras".
En esta oportunidad la autora colombiana comentó que se encuentra en la recta final del libro, por lo que decidió obsequiar un breve adelanto donde invita a los lectores "a conocer a Belén García desde el punto de vista de Jorge Robles, la primera vez que la vio".
Se lo dejamos debajo de estas líneas:
Jorge Robles organizaba unos libros en la estantería cuando un grupo de gente que no era reclusos hizo su aparición. No era extraño que la gente viniera a entrevistarlos o a charlar con ellos, como si fueran animales en vía de extinción o especímenes raros que había que estudiar bajo un lente.
Lo primero que le llamó la atención de una de las integrantes, fue el tono de su piel, al que parecía los rayos del sol nunca habían tocado y la mirada ávida de ojos de color indescifrable que abarcó todo el lugar, dejó lo que estaba haciendo y cruzó los brazos sobre uno de los estantes de libros y se dedicó a observarla. Parecía una paloma blanca en medio de una bandada de buitres listos a devorarla y por primera vez en sus años de cautiverio sintió cómo algo de la anhelada libertad, en forma de duende rubio, llegó hasta él. No le gustó la sensación, no quería nada nuevo en su vida, pero no podía dejar de mirarla, su cabello rubio, muy rubio, peinado en una trenza, su cuerpo menudo y su vestimenta sencilla.
No le pasó por alto la elegancia y la delicadeza de cada uno de sus movimientos cuando parecía levitar entre las mesas y sillas y esquivaba los roces del tipo que a su lado no hacia si no olfatearla, ni cuando dio instrucciones a un camarógrafo y hablaba con la trabajadora social. Era de una belleza arrebatadora y no por el hecho de que no viera mujeres hermosas en su día a día. Observó las caras de sus compañeros de cautiverio y vio en ellos el anhelo. Volvió a su trabajo.
A los pocos minutos, la sintió cerca de él por el olor, nadie en el salón olería de esa manera, era una fragancia dulce, familiar, era un olor horriblemente exquisito que le alborotó unas ansias largo tiempo ocultas y cuando se volteó a mirarla, algo le removió las entrañas y supo que no olvidaría ese instante con facilidad. Su mirada le hizo olvidar quien era y por qué estaba en ese lugar. No le gustó tampoco la sensación, sin embargo, se obligó a ser amable.
De cerca pudo vislumbrar el color de sus ojos, no había visto un color así, nunca, eran grises de la misma tonalidad de las piedras relucientes del río que atravesaba la hacienda donde creció. Su expresión era curiosa y a la vez miraba el mundo con un halo de sutil recogimiento y el color de los labios de un tomate maduro, no necesitaba el uso del labial.
Por unos momentos olvidó la eterna angustia y cuando lo miró sin aliento, el también contuvo la respiración y tuvo la necesidad de hablar más con ella, de conocer su historia.
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