“Buenos días mis queridas amigas. ¡No me puedo aguantar! Les
traigo un párrafo de mi nueva novela, no he decidido su nombre todavía, pero va
avanzando viento en popa. Espero que lo disfruten. Recuerden, está sin editar”,
escribió Isabel en Facebook antes de difundir el adelanto, que encontrarán a
continuación:
Jorge Robles se obligó a mostrar un semblante indiferente cuando la vio aparecer, la notó a la defensiva y nerviosa, estaba también hermosa. Con su aroma a frutas y un ligero sonrojo se acercó a él.–Creo que ayer dejé –carraspeó, Belén, nerviosa, inclinó la cabeza mientras se rozaba el labio inferior con los dientes y luego alzó el rostro– una libreta mía entre los libros.
Ella le sostuvo la mirada con firmeza durante unos segundos y luego desvió sus ojos hasta el grupo de libros que parecía no los habían movido de lugar desde antes de la trifulca. De pronto toda su mortificación había sido en vano y un rayo de esperanza la iluminó al percatarse que a lo mejor él ni siquiera había ojeado la libreta. Observó su muñeca envuelta en una venda y que le tapaba parte del tatuaje.Él se dio la vuelta y simuló revisar. Ella aprovechó para preguntarle:–¿Le duele mucho? El guardia fue muy duro con usted.Él se volteó con la libreta azul oscura en la mano y algo parecido al alivio la invadió.–No, paloma, no me duele y eso que vio usted ayer no es nada comparado con la guerra que tenemos que enfrentar todos los días.Que lo mataran si sus enormes botones de plata no se vistieron de compasión, meditó Jorge al tiempo que sintió una intensa presión en su interior que no le gustó mucho.–Lo siento mucho ¿Puedo hacer algo por usted?–Ya lo hizo, paloma.Le entregó la libreta.–Gracias.–Solo tiene que preguntar todo lo que desee saber.Belén quiso que la tierra se abriera y se la tragara de un solo bocado. Lo miró furiosa.–Leyó mi libreta –murmuró con los dientes apretados.Jorge le regaló una sonrisa algo tensa, al ver que la furia impregnaba sus facciones.–No tenemos mucho que hacer por estos lados.Debería sentirse incómodo, pero para su autoestima, lo escrito en esa libreta y la incomodidad que la circundaba en ese momento, fueron como agua para un sediento.–Fue grosero e incorrecto, no debió hacerlo.–Está en el lugar menos indicado para hablar de corrección. En la cárcel no existen los principios ni los escrúpulos, ya debería saberlo.Sus ojos echaban chispas y Jorge quiso saltar el mostrador y devorarle los labios. Era hermosa hasta cuando estaba furiosa. Vio al tipo que la acompañaba acercarse.–¿Estás bien? ¿Pasa algo? –Los miraba a los dos.–No es nada, estoy recuperando un cuaderno que se fue ayer por equivocación entre unos libros.Luis percibió el ambiente tenso y frunció el ceño. Jorge lo miro con rabia. Luego recordó lo leído en la libreta y se relajó. Les destinó un gesto displicente antes de darse la vuelta para seguir con su trabajo.Belén se alejó sonrojada y furiosa, al echar la libreta en el bolso un papel pequeño hizo su aparición, con una pregunta en letra de trazos grandes y firmes, que para ella fue el comienzo de todo. ¿Puedo llamarla?Estuvo distraída durante las entrevistas, sus emociones iban de un lado a otro, ¿y si la extorsionaba? Había escuchado casos de reclusos que se dedicaban por teléfono a extorsionar a la gente. Ella no tenía dinero, solo su trabajo. No lo conocía de nada, el hecho de que fuera amable con ella y fuera más pulcro que la media no garantizaba que fuera buena persona. Al finalizar su trabajo en la biblioteca, sostenida por una profunda fe y con la angustia y la ansiedad que marcarían su relación, deslizó un papel en la libreta y la dejó en el mostrador de la biblioteca ante el gesto pasmado de Jorge y sin que nadie más se percatara.En cuanto se cerró la puerta, Jorge, con el corazón latiéndole dolorosamente, abrió la libreta y encontró en una de sus páginas, el número de teléfono, no era del móvil, seguro era de su casa, leyó lo escrito: “Esperaré su llamada después de las seis”.
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